martes, 6 de julio de 2010

Rojos y grises



Pintura en lienzo, papel, al agua. Con carboncillo, pinceles, ceras.
Con cuatro años sus trazos eran más rectos de lo normal y con seis empezó a ir a clases de arte, porque la niña apuntaba maneras.
En casa se hablaba constantemente de `los rojos´ y de `los grises´, palabras que a ella sólo le evocaban el olor a pintura de las clases extraescolares frente al caballete. Como sus progenitores no paraban de hablar de aquellos dos colores, la niña lo tomaba como un halago a sus dibujos y cambió la policromía por este dualismo de sangre y cielo nublado.
Acabó dándose cuenta que `los rojos´ y `los grises´ sólo llevaban a discusiones. Tantas, que hasta los lienzos también parecían chillar. Tras la disputa un portazo y, luego, el silencio invadió el ambiente.

- Papá, ¿a dónde ha ido mamá?
- Se ha ido con `los rojos´- contestó el hombre con un gruñido.

Tenía nueve años, podía haberse convertido en Picasso, Dalí, Goya o Miró, pero si `los rojos´ se habían llevado a su madre, no tenía sentido seguir pintando; y así fue como lo dejó.

Imagen: Anthony Coyle - Texto: Sheila García